sábado, 31 de mayo de 2008

LOS DE LA TIENDA, ANA MARÍA MATUTE

FUENTE: PROFES.NET

Lecturas comentadasEl "social-realismo" y su incidencia en la literatura juvenil actual
Autora: Ana María Matute
Obra: Los de la tienda
Selección y comentarios: Fernando Carratalá Teruel

Contexto

“Los de la tienda” es un relato que tiene como trasfondo la injusticia y opresión que sufren las gentes humildes, abocadas a la marginación precisamente porque son pobres. Dioni es un niño de doce años que, desde los seis, vive en calidad de adoptado con Ezequiel y Mariana, propietarios de una tienda de productos de primera necesidad, en la que trabaja. La obsesión del niño es entablar amistad con Manolito y su pandilla -“los de las chavolas”- que no sienten por él el menor aprecio, y ante cuya miseria se muestra insensible Ezequiel, el tendero. Un día Dioni recibió de Ezequiel veinte duros, con la condición de que no se los gastara. La desgracia sufrida por el padre de Manolito -se partió tres costillas y una pierna, al caerse un de andamio- provoca en Dioni un sentimiento de piedad, que le lleva a darle a Manolito el billete de veinte duros. Pero cuando Manolito intenta gastarse ese dinero comprando en la tienda de Ezequiel, se descubre que el billete “es más falso que el alma de Judas”; frase que puede aplicarse con todas justicia al propio Ezequiel, ser egoísta y de conducta mezquina, salvo con los ricos.

El texto reproducido a continuación pertenece al comienzo del relato y, pese a su brevedad, se aprecian en él algunos de los rasgos estilísticos que caracterizan la prosa de Ana María Matute: la habilidad con que está construida la narración, una narración en tercera persona, pero compatible con cierta tendencia al subjetivismo; el retrato de los personajes con muy pocos rasgos, pero suficientes para caracterizarlos significativamente: antihéroes portadores de egoísmos y resentimientos, frente a fascinantes criaturas cargadas de humanidad; la certera -y contenida- adjetivación, que sirve para precisar las situaciones descritas; la sencillez sintáctica -con total ausencia de lenguaje retórico y periodos ampulosos-; el poder evocador de la prosa, en definitiva, capaz de conmover al lector y de crear un clima altamente emocional y poético.

Texto de Ana María Matute

El aire del mar levantaba un polvo blanquecino de la planicie donde se elevaban las chavolas. A la derecha estaba la montaña rocosa y a la izquierda se iniciaba el suburbio de la población, con los primeros faroles de gas y las tapias de los solares. Luego, las callejas oscuras, de piedras resbaladizas y húmedas; las tabernas, las freidurías, las casas de comidas. Allí empezaba el barrio marinero, con la capilla de san Miguel y san Pedro. Después el mar. Desde las chabolas, en las mañanas claras, se oía a veces la campana de la capilla.

La tienda de comestibles se abría justamente en el centro de aquel mundo. A medias en el camino de las chavolas y de las primeras casas de pescadores. Era una tienda no muy grande, pero abarrotada. Embutidos, latas de conservas, velas, jabón, cajas de galletas, queso, mantequilla, estropajos, escobas... Todo se apilaba en orden, en estantes o pirámides, en torno al mostrador de madera abrillantada por el roce. Detrás del mostrador se abría la puerta de la vivienda de Ezequiel, de Mariana, su mujer, y del ahijado.

Al ahijado lo trajeron del pueblo de Mariana, cuando desesperaron de tener hijos propios. Se llamaba Dionisio y era hijo de una cuñada viuda y pobre, que aún tenía cuatro hijos más pequeños. La madre se avino desde el primer día a la adopción, y ahora, a veces, le escribía cartas breves, de letra ancha y palabras extrañamente partidas, donde hablaba de la huerta, de sus hermanos y de la gran calamidad de la vida. Seis años tenía Dionisio cuando dejó el pueblo, y otros seis llevaba de ahijado con Ezequiel y Mariana. De su madre tenía una idea triste y borrosa; de su pueblo, el recuerdo de las casas con sus porches, de la plaza y de la huerta en primavera, con el olor ácido y hermoso de la tierra mojada. Ahora, en cambio, conocía bien el olor a pimentón, jabón y especias de la tienda; y el aire salado que subía de allá detrás, arrastrando el polvo blanco, reseco, en la planicie de las chavolas.

Dionisio no recibía sueldo, pero Ezequiel le decía siempre que el día de mañana, suya y de nadie más sería la tienda. Dionisio comía a dos carrillos, como Ezequiel. Como él, al comer, se untaba de aceite la barbilla y el borde de los labios. Y como él se preparaba, a media mañana y a media tarde, grandes bocadillos de jamón, de sobrasada, de queso o de membrillo. Dionisio podía comer todo cuanto quisiera, a todas horas. Además, de siete a nueve, subía a peinarse con colonia de la de a granel, que olía fuertemente a violetas. Se quitaba la bata, y, con las manos bien limpias, se iba a la Academia a estudiar Contabilidad.

Todo hubiera ido bien para Dionisio, que no deseaba nada, a no ser por Manolito y su pandilla. Manolito y su pandilla vivían en las chavolas.

Eran una banda de muchachos tostados por el sol, delgados, duros y rientes, que le subyugaban. Manolito y su pandilla se reunían en el descampado, tras la planicie de las chavolas; y tenían secretos, y salvajes y fascinantes juegos. Manolito y su pandilla hicieron pensar a Dionisio en los amigos. Amigos, juegos, aventuras. Todo aquello que aún desconocía.

Dionisio intentó muchas veces su amistad. Pero Manolito y su pandilla raramente le toleraban. Dionisio era “el de la tienda”.

La tienda era un lugar codiciado y aborrecido, a un tiempo, por los de las chavolas. Así lo comprendió Donisio, poco a poco. En la tienda no se fiaba, y la tienda era necesaria. En la tienda había todo lo que se necesitaba, pero de la tienda no se podían llevar nada que no fuese al contado. (Al contado naturalmente, para los de las chavolas).

-Mira, Dionisio -decía Ezequiel en voz baja a su ahijado-. A don Marcelino y a doña Asunción, sí se les puede apuntar y fiar, porque son ricos. A los de las chavolas, no, porque son pobres. No olvides esto nunca.

Dionisio acabó comprendiéndolo, aunque a primera vista le pareciese una contradicción. También comprendió el despego hacia él por parte de los de las chavolas. <...>


Ana María Matute, “Los de la tienda”. Volumen V de la Obra completa. Barcelona, Destino, 1976.

Propuesta de actividades


1. Actividad de expresión escrita. Con este simple bosquejo esquemático describe Ana María Matute a Manolito y su pandilla: “Eran una banda de muchachos tostados por el sol, delgados, rudos y rientes, <...>; y tenían secretos, y salvajes y fascinantes juegos”. El aspecto físico de Dionisio hay, sin embargo, que imaginárselo, ya que la escritora prescinde de él. Una vez leído el cuento completo, describir sus rasgos físicos.

2. Actividad de expresión escrita. Hay, a lo largo del relato, datos suficientes para hacerse una idea del temperamento que pueden tener Ezequiel y su ahijado Dionisio. Construir una descripción en la que se refleje lo más característico de uno y otro.

3. Actividad de expresión oral. Contra el chabolismo -y la injusticia que representa- se alza la voz de Ana María Matute; chabolismo de la España de mediados del siglo XX, presente hoy todavía en muchas zonas suburbiales de las grandes capitales, atestadas de gentes llegadas de otros lugares. Entablar un coloquio que sirva para tomar conciencia de esa cruel forma de marginación social que sigue siendo, en nuestros días, el chabolismo.

Referencias bibliográficas

La obra completa de Ana María Matute está publicada por la editorial Destino.

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